Herido de muerte, Asterión medita...
¡Al fin has llegado a mí, glorioso redentor! Con tu implacable espada has puesto fin a mi dolor.
Pero... ¿quién eres?, quisiera ver tu rostro.
¿Redentor? ¿Dónde estás, mi salvador? ¡Responde! No me abandones en este momento. ¡Déjame ver tu rostro! Sólo veo un minúsculo rayo de sol asomarse desde algún lado, pero no sé de dónde, ¡mi casa es tan grande...!
¿Es que acaso eres tú, Apolo? ¡Oh! ¿Eres tú, aquel que al igual que yo, no se repite en este mundo en donde todo está catorce veces? ¿Eres tú, oh gran llama poderosa, aquel que me ha salvado de este lugar de infinidad? ¡Gracias! ¡Gracias por haberme puesto fin!, aunque este, como cualquier otro fin, sea sólo un comienzo. Y tal vez todo empiece muchas veces, catorce veces...
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